Mi Nacimiento - Peinando Plumas
Son las siete y media de la tarde y los cuervos cotorrean afuera. La misma brisa que mece las hojas de los árboles parece llevarse con ella la luz del día. Los grillos empiezan la orquestra y la lámpara roja de mi salón proyecta sombras de objetos y plantas de interior en la pared, como escenificando este momento en el que pienso en lo cerca que está el otoño -el fin de la luz y el principio de la oscuridad. Hoy sin embargo -quizás a causa de la luz de la lámpara- elijo verlo de otra forma. La oscuridad ofrece instantes íntimos, como el que tengo ahora con mi gato gris, la luz roja, las sombras y la música de Satoshi Ashikawa. También me acompaña mi huevito de obsidiana, que tuve un tiempo enterrado por miedo a su oscuridad -que es lo mismo que aquello que no sé o que todavía no entiendo. Es eso lo que son las películas de miedo. Nos asusta más aquello que pensamos que hay a dentro del armario, que aquello que realmente hay, que son ropa y zapatos. A veces vemos cosas que no existen, aunque si se ven o se sienten, es que existen. Eso significa que tenemos la capacidad mágica de crear o destruir. Todo en lo que una cree, existe.
Empecé una terapia con el huevito de obsidiana hace casi un año. Consiste en introducirlo en la vagina por las noches. Ayuda a soñar y a conecatarte con el subconsciente. Cuando se menstrua hay que enterrarlo en la tierra para descargarlo y justo antes de empezar a preovular, hay que cargarlo de nuevo con la luz de la luna. Así durantes tres meses. En el cuarto, se descansa y en el quinto, se vuelve a empezar. Se repite este ciclo durante un año. Al menos esa es la forma en la que me enseñaron. Pagué un curso en Méjico, un territorio en donde la terapia con el huevito ha exisitido desde antes de la llegada de los colonos. Las mujeres sanaban su linaje femenino, ejercitaban los músculos vaginales, se regulaban la regla y seguramente tenían una conexión con su cuerpo mucho más profunda de la que tenemos hoy en día -en donde dependemos casi que exclusivamente de lo que nos diga un doctor.
Hace más o menos unos tres meses decidí parar la terapia porque dejé de soñar, me sentía muy pesada y cansada y además empecé una relación íntima. Enterré el huevito y me olvidé un poco de él. Pero pronto, como si el huevo me gritara desde el interior de la tierra, me acordé de nuevo. Sangré durante treinta días, como si mi útero estuviera llorando.
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Desenterré mi huevito negro de obsidiana porque hace unos días me llegó una carta del médico. Me la fui a leer en el río y pensé: “me van a informar de que tengo un tumor”. Abrí la carta y leí: La doctora Paloma ha intentado ponerse en contacto con usted. Le informamos de que tiene un mioma uterino, lo que pudo haber causado el flujo abundante de sangre entre períodos. ¿Mioma uterino? Busqué por internet y resulta que es un tumor benigno que tienen un gran porcentaje de mujeres en edad fértil. Por supuesto la institución médica no sabe las causas, pero no dudaran en recetarte anticonceptivos o en quitarte el útero, si es que el tumor no deja de crecer.
Me entró un poco de ansiedad. “Espero no quedarme sin útero”, pensé. Luego me dije, “si no quieres hijos, ¿por qué no quitarte el útero, y así dejas de tener problemas ahí?” Pero la idea de quedarme sin mi aparato reproductor -en lo que mucha gente cree que es el verdadero y único propósito de “ser mujer”- me hizo sentir pequeña y sin la oportunidad de saber más sobre este territorio tan íntimo, que es mi útero, que es mi hogar. No quisiera quedarme sin él. Quisiera conocerlo para entender(me), para saber proteger(me) y para compartir(me) con aquellas personas que invito a entrar.
En este sentido, en esta tarde de brisa de otoño, mi salón es mi útero. La luz roja es la sangre y Ashikawa es el sonido del flujo. Yo soy yo y me invito a mi misma a entrar y a tomar una taza de té verde con vinagre de manzana. Mi gato es mi protector, mi amigo, mi familiar. Y el huevito de obsidiana es el tumor, con el que nos vamos a reunir y a conversar.
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Ha sido muy bello ver a mi gato acurrucarse a mi lado en cuanto he escrito que es mi familiar. Él sabe. Yo también. Todavía sigue aquí a mi lado. Siempre lo hace cuando hago algo con el huevo.
Primero tenía el huevito oculto debajo de mi camisa y descansando en la parte baja de mi vientre, pero enseguida pensé, “oye, tienes que ver al tumor, sácalo de ahí. Estás en tu útero. Ahora puedes verlo y hablar con él”. Siempre me da un poco de susto ver al huevito y hablar con él. Es liso y negro y cuando lo miras, te ves en él. Es un espejo negro y profundo. Da la sensación que detrás de él habita un mundo entero de misterios y secretos, de esos que dan miedo precisamente porque no se ven. Normalmente el huevito estaba adentro de mi, pero ahora estamos los dos juntos, por primera vez, en esta casa mía. Lo he cogido con una mano y hemos bailado con el flujo, que suena como el mar. Como el huevo es oscuro, me ha invitado a cerrar los ojos. A veces vemos más con los ojos cerrados. El sonido del mar me trajo a casa, en la playa en donde me crié y allí me vi sola, siendo niña y jugando con la arena resvalarse entre mis dedos. En otra imagen vi a mi hermano, con dos añitos y sus rizos negros, llorando y corriendo hacia mi, con los brazo alzados. Lo he cogido en brazos y le he dado un beso en la frente. Se me escapó una lágrima salada. “Cuánto tiempo, Tete!”. Me mira. Ya sabe quien soy, solo que está sorpredido, igual que lo estoy yo. “¿Por qué lloras tanto? ¿Es que no eres feliz?”. Se me queda mirando con sus ojos grandes y negros. “¿Quieres ver a mi gatito?”. Afirma con la cabeza. Nos vamos a mi hogar y lo siento a mi lado izquierdo, en donde se encuentra Higo, mi gato, y se miran los dos. Higo no quiere que lo molesten mucho y el Tete lo entiende. Pero ya no llora.
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¿A dónde se va todo aquello que olvidamos? ¿Existe un mundo paralelo en donde esos recuerdos se encuentran con los olvidos de otra gente? ¿Qué tal les va?
Una vez una bruja me dijo que el momento en que se sintió más conectada con el Todo fue cuando dio a luz a su feto muerto. Dar-a-luz. Luz, oscuridad. Vida, muerte. ¿A dónde van lxs niñxs que nunca vieron la luz? Quizás vivan con nuestros olvidos. Alomejor están bien ahí y no quieren que les robemos a sus amigos, los olvidos. “¡No recuerdes!”, nos gritan desde el más allá. A ellos también les duele el recuerdo. Ellos también olvidan. Yo seré un olvido de los olvidos.
Después de hablar con la bruja, aquella noche de todos los santos (o todos los muertos), los vivos bailábamos en frente de una pared de altavoces, bajo la luna de otoño. Ya llevaba tres días bailando, como siempre han hecho los seres humanos desde que existió el ritmo, que bombea como el corazón. La danza hace el amor con la música y de allí nace el recuerdo. Cuando la tierra se abrió como un coño y me dio a luz, me acordé y supe quién era yo con el Todo -igual que la bruja pariendo a la muerte. Supe que en donde hay libertad, no hay moral ni enfermedad. Supe que la memoria es ancestral y que reside en todas nosotras. Allí, en el receuerdo, también residen los olvidos. El río me cantó la nana de mis sueños mientras la vía láctea me guiñaba un ojo. Aquella noche dormí en mi casa, que es la Tierra, el río, el viento y las estrellas.
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Mi tumor es mi hija. Mi gato se te quiere comer, pero eso sería demasiado fácil. Yo pensé que el día que hablé con la bruja y luego la Tierra me dio a luz, yo ya entendí. Pero la consciencia tiene puertas infinitas y cada una de ellas, su precio. “Ahora te toca a tí, niña”, susurra la Tierra. La obsidiana sale de lo más profundo de ella. Es su cristal volcánico. Igual que el huevito esconde los secretos del útero, la obsidiana contiene la sabiduría de la Tierra. Qué fácil es olvidar(te). Qué fácil temerle a la libertad. Pero qué emocionante es conocer(te) cada día y cada noche, un poco mejor.