Peinando Plumas: Dama de la Noche
¿Qué es lo que nos hace humanos?
En mi último capítulo acabé con esta pregunta que tanto me turba, pues estamos en plena crisis humanitaria. Repito: estamos en plena crisis humanitaria. A veces hay que repetir para tomar consciencia. A veces hay que repetir para tomar consciencia. Como la vida (que es un viaje de Kaos y Belleza, que hacemos un poco a ciegas) mi culumna va a ser igual. Al estar todo conectado (o eso parece) es normal hacerse un lío. Pero también es hermoso poder jugar con lo que se repite y de allí crear algo que merezca la pena compartir.
Hoy quiero contar cómo la vida me ofreció una de sus repeticiones. Esta vez en forma de amistad y en la West Coast de los Estados Unidos, Oregon. Y cómo de allí brotó una flor de Dama de la Noche, que aunque la flor no se vea, su aroma hace del camino nocturno, un paseo más dulce.
Llegué al Sur de Oregon hace siete años atrás, para quedarme tan solo durante los tres meses que dura la temporada del trimming (y la visa), para luego volver a casa (España) o para viajar un poco. Así lo hice hasta hace tres años y medio atrás, que decidí quedarme -o lo que es lo mismo: no volver a cruzar la frontera estadounidende. Vine para escapar de la precariedad de la hostelería española. Mis primeros años laborales los trabajé en el bar de playa de mi padre, durante el verano. Empecé con 14 años, sin contrato. Luego fui mayor de edad y tuve un contrato “familiar”, del que no se podían sumar años cotizados. O quizás era que se cotizaba la mitad. No lo sé. Nadie me lo explicó. Y yo nunca me esforzé en entender la burocracia. A día de hoy, a pesar de haber trabajado desde entonces, no tengo lo mínimo cotizado para cobrar el paro, o para tener pensión. Tengo treinta años.
El bar de mi padre es un negocio familiar. Por allí han pasado mi madre, hermanas de mi madre, primos míos (mayores y menores), mis hermanos -de un año menos que yo, y el otro, ocho años más joven. El pequeño, desde que empezó no ha dejado de ir y hasta tiene su propio negocio de tablas de padle surf. A él nunca le importó ninguna carrera. Prefiere quedarse en el pueblo, con sus amigos, con nuestro padre -para ayudarlo en los negocios- y junto a nuestra madre, que se ríen y se quieren eternamente. El Luisito, que aunque no sea familia de sangre, nos ha acompañado tantos años y con tanta alegría, que es y siempre será uno más de la familia. Descansa en paz, corazón. Descansa, que te lo mereces más que nadie.
La que ha estado allí desde siempre, sin embargo, es mi tía Delfina, la hermana mayor de mi padre. Ella es una mujer muy importante en mi vida. Pero no de la manera que os imagináis. De pequeña siempre escuchaba a mi madre decir que la Delfina era una bruja. Y desde entonces, la imagen de una bruja era una mujer gorda, casi calva, morena de piel, enfurruñada casi todo el tiempo, pero que ronca cuando se ríe alto. Dice lo que piensa, aunque sea racista o machista. Critica a montones y le gusta hacer comentarios guarros y ponerse tontorrona con algunos clientes. En verano viste batas de estampados, que le llegan hasta las rodillas y que se remanga hasta los muslos cuando estos le sudan -así le pasa el aire y evita la irritación que provoca el roze- dejando a la vista las varices de colores azulados y lilas. ¡Como su pelo! Lleva años tintándoselo de todos los colores posibles, pero su favorito es el azul eléctrico y el rojo. Cuando llega de la peluquería presume de sus cuatro pelos coloridos y se pone coqueta cuando le hacen un cumplido. Tiene por costumbre repetir dos veces, la última frase o palabra que la gente dice. Por ejemplo:
- Nos fuimos a comer una paella en el bar Juan.
- Aaah, el bar Juan, el bar Juan…
Las erres las pronuncia como hacen los franceses, “egue”. Mi abuela Desamparados y mi abuelo François emigraron a Francia en la postguerra, con mi tía. Mi padre nació allí. Aprendieron el francés en la escuela, pero el valenciano lo aprendieron en casa, oralmente. Mi abuelo es analfabeto y junto con mi abuela trabajaban las vendimias. Mi tía y mi padre, con trece y diez años, también. Cada uno en una hilera, hacían carreras a ver quien llegaba antes al final. Hoy en día no puedo evitar pensar que quizás he elegido el campo porque hay algo que me ata a él. Algo que resolver. ¿Existe el destino? ¿Es el destino el pasado?
Hace unos años fui a Francia a trabajar la vendimia. Al final de la temporada fui a visitar a mi abuelo, en Pomerols. Registré las conversaciones con una grabadora que me regalaron ese verano. Justo se le había muerto su novia Michelle, de cáncer (la maladie). Y me pareció tierna la manera en que alguien que no sabe leer ni escribir expresa sus emociones. No existen códigos de conducta. Es una expresión genuina, sencilla, real. Mi abuelo es géminis y por tanto habla mucho. Me sorprendió toda la información que compartió. Me contó que mi abuela, un día dejó de hacerle el amor, y que por eso empezó a irse de putas. Recientemente he sabido que François fue un maltratador.
Mi abuela se separó de él y se volvió al pueblo de Castellón, sola con sus dos niños adolescentes, a quien -con trece y dieciséis años- les costó mucho adaptarse a la nueva escuela. Los Don Miguel, Don Antonio, Don Manuel, humillaban y azotaban con la regla si te equivocabas en una palabra o en una “egue”. Eran tiempos fascistas y puritanos, donde la única lengua que se permitía hablar era aquella que mi padre y mi tía no habían hablado nunca: el castellano. A mi padre lo apodaron “Paco el Francés”. A mi tía, no lo sé. Pero no debió ser fácil ser adolescentes pobres de la diáspora, ir a la escuela por las mañanas y en las tardes, limpiar apartamentos; los mismos apartamentos en los que ahora vive mi abuelo, que ha vuelto al pueblo después de que muriera Michelle. Cuando murió Michelle, mi abuelo me dijo “la vida es una rueda que no para nunca de rodar”. Parece que el ser hombre te permita un confort infinito, no importa el dolor que hayas causado. Ni siquiera puedes leer estas lineas.
En El Xiringuito (así es como se llama el bar de mi padre) trabajé varias temporadas. Lo destestaba. No me gustaba ser camarera y poner mi cuerpo a la vista de los turistas. Yo prefería trabajar en la barra, servir jarras de cerveza, hacer los cafés o preparar cocktails en la noche. Pero soy mujer y a los clientes les gusta más que esté a fuera. Sobretodo a los hombres. Tampoco soportaba que mi padre me dijera que no era lo suficientemente simpática. Que tenía que sonreir más. Y eso lo escucharon los otros compañeros de trabajo, y no dudaron en recordármelo casi que a diario. Me daba asco cómo algunos clientes que me conocían desde niña, me agarraban de la cintura y me decían “qué crecidita estás”; ni cómo a la hora de la siesta, con el bikini, algunos hombres se paseaban cerca de mi hamaca para hacer un examinarme de cerca. Pensé, si estoy aquí vendiendo mi cuerpo para ganar unas cuantas propinas de más (que al contrario que mis hermanos, nunca vi), por lo menos dejarme ser una borde. Pero eso no era todo. Mi tía Delfina (que se odia a si misma) me hacía la vida imposible. Era tan amable con mis hermanos barones. Y sin embargo, a mi me dejaba sola con veinticinco mesas, en los días en los que, de repente llegaba una ola de clientes inesperados; me gritaba en frente de todo el mundo, que me había olvidado de limpiar una mesa (que podría perfectamente haber limpiado ella, viendo la situación); un día me dijo que yo estaba trabajando ahí, solamente porque era la hija del jefe (proyectando andaba ella); no me escuchaba cuando le pedía las cuentas de las mesas, para que así los clientes se molestaran conmigo; cada vez que ella comentía un error (que eran muchos), siempre era culpa mía. Hasta que un día exploté y la hice llorar. Y mi padre me repitió esa frase que tanto me dolía: “eres como tu tía Delfina”. Y me puse a llorar, como mi tía Delfina. La que empezó a usar la frase, sin embargo, fue mi madre, que a veces la usaba de muletilla porque sabía que me enervaba. No la culpo. Fui una adolescente complicada. Tengo una ira a dentro que a veces no sé de dónde viene. ¿Por qué soy como mi tía Delfina?
La imagen que tenía de ella era la de la bruja malvada, que le hacía la vida imposible a mi abuela (mi angelito, que en paz descanse). Pero mi abuela y su madre Filomena también acabaron mal. Y mi tía y sus dos hijas siempre andan discutiendo y criticándose a las espaldas. Mi tía tiene impulsos suicidas. Mi tía “es una bruja y está loca”.
No fue hasta que me fui a Barcelona -donde empecé a leer libros anarquistas y feministas- que pude empezar a ver a estas mujeres desde una perspectiva más compasiva. Lo que tenían todas en común era que se habían casado con puteros, maltratadores, con hombres que no las quisieron. Y yo andaba por el mismo camino. Hace poco pude nombrar por primera vez y con la palabra exacta, que un ex mío me violó en el faro del pueblo. Ahora estaba saliendo con un narcisista anarquista y alcohólico, con una doble personalidad a la que llamaba “el lobo”. “La vida es una rueda que no deja nunca de rodar”.
Pero yo he tenido más suerte que ellas. A mi padre le fueron bien los negocios y se casó con mi madre, que venía de una familia aburguesada, y que adoro. Yo no sé qué es la pobreza. A mi nunca me ha faltado de nada. Soy una mujer de clase media.
Cuando llegué a Oregon para quedarme -después de experimentar por primera vez las consecuencias de salir con un narcisista- cuando ya estaba bien (estaba la mar de bien) me volví a enamorar perdidamente de otro narcisista. Él también (al igual que mi otro ex) tenían un padre alcohólico. ¿Sería el padre de François un alcohólico?
Estuvimos enamorados platónicamente durante meses, hasta que lo dejé con mi pareja de entonces (el segundo hombre bueno con el que he salido) y empecé una relación turbulenta con el que creí que iba a ser el amor de mi vida. No duró ni cuatro meses. Me humilló tanto que se despertó en mi el sentimiento de venganza más fuerte que jamás haya sentido. No pude contenerme y una noche, con una amiga, nos fuimos al Walmart, compramos sprays de color lila (como las varices de mi tía) y conducimos una hora hasta la casa de mi reciente ex. Dimos una vuelta por la calle (error, pues habían cámaras por todos lados) y le dije que aparcara en la entrada de la calle y que me esperara. Ella dijo que quería estar conmigo, así que salimos juntas del coche, ella sin capucha. Tápate, le dije. Allí estaba el coche y su nueva furgoneta. Debían de ser las 23h. No muy tarde. Le grafiteé el coche. Le puse: parásito y cobarde. Y en el paravientos escribí la definición de “parásito”, por si no había quedado claro. Luego, con mi navaja, le pinché las cuatro ruedas. Nos volvimos al coche, cuando me acordé de que su nueva furgoneta también estaba allí. Le dije a mi amiga que me esperara. No tenía sentido destrozarle el coche viejo que ya no usaba. Así que hice lo mismo con la furgo, esta vez, con más prisa. Nos fuimos y lo celebramos con un tequilita. Pero la vengaza de un narcisista siempre es la última. Al día siguiente, hizo de todo aquello, un tema público. Y yo pasé a ser la loca, la mala, la bruja. Fui juzgada por una comunidad entera y por primera vez, me hice consciente de la presión que supone. ¡Admítelo! ¡Culpable! ¡Discúlpate! ¡Ríndete! Pensé, eres igual que las mujeres de tu familia.
Perdí a dos amigos (hombres): uno me recomendó escribir una carta pública pidiendo perdón (que por suerte no hice); y el otro (Francesco) me tocó mientras dormía, después de haberme dado un sermón moralista. No dije nada esperando sus disculpas. Era la segunda vez que me lo hacía. Nada. Una semana de silencio hasta que se lo conté a mi mejor amigo y a otra amiga, pues no quería que la gente tuviera otra tema mío del que hablar. Pero Francesco se delató y se lo contó a mi amiga Luna. Evidentemente con otra perspectiva. Yo era una mentirosa y simplemente nos estábamos haciendo una cucharita.
Luna es una persona, que desde que la conocí admiré la picardía, la velocidad mental, el arte al hablar y al moverse, la gracia de diva, la sabiduría de la calle y la intuición de mujer salvaje que la caracteriza. Como diría el Podas, ella es una chica Almodóvar. No os la imaginéis como a Penépole Cruz. Sería más bien una Rossy de Palma, criada en las calles de Asturias y de Mallorca, con los yonquis, las putas, las gitanas, los top manta y las drogas. Nos conocimos hablando de terapia. Para ella la terapia no sirve de nada. Para ella la mejor terapia son las amigas. Se me presentó una de esas repeticiones que te ofrece la vida, pues de algún modo me recordaba a mi tía Delfina, en la manera en que habla de sexo, en como se ríe alto, en cómo viste, en cómo se enfada, en la clase social. La gran diferencia es que Luna siempre es la alegría de la sala, la artista, la musa. No solo eso, sino que a pesar de ser una de las personas que más sufre en silencio (como mi tía), ella es capaz de cuidar a la gente que la rodea. Se convirtió en una maestra desde el día que la conocí. Ella es una Dama de la Noche. Yo pensaba que nunca sería suficiente para ella, pues soy de clase media y aburrida (o así me creo), pero enseguida hicimos click.
Después de todo aquel escándalo, ella y yo nos fuimos a una fiesta en California. Era la primera vez que me exponía al público y tenía miedo. Llevaba conmigo unos fanzines sobre narcisismo, que hice a modo de terapia. Los iba a repartir. Tenía miedo. Pero al final no fue tan mal. Y luego nos invitaron a quedarnos en la casa de unos conocidos. Allí, con todo el morado, empecé una conversación con Jade, en frente de Luna, Marta, Pol y el Torres, en la que yo tenía un punto de vista más teórico/intelectual y Jade, espiritual. Yo acababa de tener una experiencia religiosa que tumbó todas mis creencias. Todavía no entendía muy bien cómo adaptar esa realización a mis ideologías feministas, anarquista y decoloniales. Pero supimos entrelazar bien todos los puntos. Me estaba encantando. Era de esas conversaciones que fluyen porque hay voluntad de escuchar y de entender. Hasta que llegamos al tema del feminismo. Para ella no había diferencia entre hombre y mujer. Para ella todos somos iguales, todos somos humanos. De repente éramos una existencialista francesa y una curandera discutiendo en bucle. El Torres dijo algo muy sabio: “parece que el tema del feminismo os está tocando una herida muy profunda”. En aquel momento pensé que vaya manera de desacreditar a la gente. Pero tenía razón. No lo entendí entonces pero esa herida es la que casi nos separa a mi y a Luna, para siempre. Mis argumentos la habían irritado. No leas tanto, me dijo. Y luego se puso a contar la historia de un ex que le dio una paliza brutal. Que se escondió en el armario y que vio al diablo. Me sentí humillada. No entendía porqué se había molestado tanto. Era como si me estuviera diciendo que yo era una llorona y que no tenía ni puta idea de lo que es el miedo. Que mi dolor no era válido. Que me callara la boca.
Jade, me acuerdo, se puso a hablar de cómo aquella vez, al mirarse en el espejo, fue capaz de perdonarse a sí misma. Luna la entendió a la perfección y yo me callé, pues todavía no había sido capaz de perdonarme. ¿De qué me iba perdonar? ¿Era a caso mi culpa haber sido tratada peor que a un animal?
Nuestro viaje de vuelta a Oregon, de noche y en mitad de una tormenta de nieve en Shasta, fue tensa e incómoda. Nuestra amistad se enfrió desde entonces.
Tardé poco en darme cuenta de que Luna me estaba evitando, así que le di su tiempo. Una noche, en el bar, las dos con un pedo importante, nos soltamos un par de comentarios sarcásticos que nos calentó. Empezamos a discutir hasta que le dije que quizás no era el momento ni el sitio. Pero como dos buenas borrachas, acabamos a gritos en medio del bar. Me levanté y salí de allí. Ella se fue detrás de mi, con la mirada de la gente a nuestras espaldas, y me dijo:
-Ahora entiendo a Francesco.
A lo que le respondí: -¿Qué pasa con Francesco?
-¡Que a ver si vas a ser tú la maltratadora de hombres!-, respondió.
Agotada, abrí la puerta del coche, y de una manera seca, le reproché:
-No te enteras de nada.
Luna, con dudas de si tocar o no mi puerta, y con la voz de ultimátum, me advirtió:
- Estás así de perderme.
Arranqué el coche sin decir nada más y me fui con la angustia que es perder a una amiga. A parte de la rabia y frustración que sentía al haber escuchado sus palabras, también sentí pena. Pena de no haber sido capaz de conectar con ella. Pena de haberla alejado de mí por pensar como una feminista existencialista. Pena de verme incapaz de expresar mis sentimientos sin mencionar un puto libro teórico. Pena de que la clase social con la que nacimos, nos hubiera ganado. Pena de no poder sanar esa ramita de mi árbol geneaológico, ni de hacerles justicia poética a las mujeres de mi familia. Les fallé. Me fallé.
Una flor de Dama de la Noche se marchitaba durante el viaje de vuelta a casa.
Cuando llegué me lavé los dientes, mientras sollozaba como una niña pequeña, intrusa en mi propia casa y con la mirada juzgona de mis gatos. Caí rendida en la cama y encendí un cigarro. Saqué el teléfono del bolso y vi que Luna me estaba mandando audios sin parar. Escuché el primero. Me volvía a decir que soy una maltratadora de hombres. Decidí apartar el teléfono. ¿Seré una maltratadora de hombres?
Al rato, me llené de corage y me puse a escuchar los audios. Enseguida se dio cuenta y se disculpó. Me dijo, entre lágrimas, que no era cierto que pensara que fuera una maltratadora y que me quería mucho. Que cuando volvimos de California, toda esa teoría feminista de la que hablé le trajo memorias espantosas. Le pareció algo insultante que yo hablara de todo aquello sin tener en cuenta lo que ella había sufrido, que fui egoísta al no dejarla hablar o no tomarme en serio lo que dijo. Y que por eso llegó a pensar que mi falta de corazón confirmaba que yo era la maltratardora.
Me estaba diciendo, a ti te han querido más. Tu padre te ha querido más. No sabes la suerte que tienes.
Me disculpé y le expliqué que no creyera que no me tomo en serio lo que dice, sino que en ese momento me sentí humillada y que mi dolor no importaba. Pero que ahora lo entendía. Que lo sentía muchísimo, que fui una egoísta incapaz de ver algo tan obvio. Le dije que ella me estaba enseñando cosas de las que nunca me iba a olvidar. Que la admiro muchísimo. Admiro su gracia, lo que más. Que ella es un ejemplo. Una maestra. Una maestra de la vida.
Y así, como dos novias borrachas, nos estuvimos diciendo cosas hermosas, que tanto ella como yo, tan urgentemente necesitábamos escuchar, por habernos, esos seres, querido tan poco.
El aroma de la Dama de la Noche me acompaña desde entonces. .
A día de hoy, mis amigas son mis terapeutas y Luna se apuntó a terapia.
Creo que lo que nos hace humanos es la amistad verdadera, que trasciende la clase, la raza y el sexo. En ese sentido, Jade tenía razón. Pero la verdadera amistad implica, en este caso, consciencia de clase y sexo. No es casualidad que Luna haya sufrido una paliza brutal y a mi “solo” me hayan violado en el faro del pueblo.
Lo que no sabe Luna es que también me ayudó a entender a mi padre cuando una vez me dijo:
“Nina, a mi lo único que me pasa contigo es que no valoras lo que tienes.”
Y ahora te entiendo, papi.
Lo siento.
A mi tía Delfina,
A mi iaia,
A mi padre,
A Luisito,
A tí, Luna,
Os quiero.
Vos Vull.
Je vous aime.